LA PERCEPCIÓN

¿CÓMO INFLUYEN LAS EMOCIONES EN LA PERCEPCIÓN DE LOS APRENDIZAJES?

En la actualidad existen al menos de cuatro a diez alumnos en todas las salas de clases que sufren alteraciones emocionales y/o cuentan en su historial con un diagnóstico de inmadurez neurológica, situación que va en aumento año tras año. Lo que influye en un clima de aula insatisfactorio para aprender, ya que estos niños manifiestan algunos comportamientos disruptivos, llanto, pataletas, e incluso episodios de impulsividad que se ven reflejados en ataques de rabia e ira en contra de sus pares o inclusive de los adultos que intentan contenerlos.

Eventos que vienen iniciándose desde sus hogares, en algunos casos, los que a la mínima molestia o presión al interior de la sala éstos “explotan” manifestando su rabia y enojo. U otros casos donde los alumnos y alumnas no muestran interés en sus deberes escolares, no hacen la tarea o trabajo asignado. Se autodefinen tontos, se estresan por la escuela, tienen problemas para concentrarse y no pueden focalizar su atención en lo que se está desarrollando. En estas situaciones, sus emociones han afectados sus pensamientos negativos. Lo que les hace perder la motivación por aprender.


Las emociones y el aprendizaje se producen en el cerebro. No hay que olvidar que aprender significa adquirir conocimientos o destrezas. El aprendizaje requiere pensar. Nuestros pensamientos influyen en cómo nos sentimos y por ende intervienen en nuestra forma de actuar. Las conexiones entre la emoción y el aprendizaje son bidireccionales y complejas. Cuando pensamos en un incidente feliz nuestro estado de ánimo mejora. Ser optimistas nos hace pensar más positivamente, ser más creativos, ver y recordar eventos neutrales como positivos.

Las emociones negativas pueden ser la causa o el efecto de los problemas con el aprendizaje. La ansiedad, la depresión, la ira o la frustración pueden interferir con el proceseo enseñanza-aprendizaje y puede ser resultado de problemas cognitivos, la creación de una mala adaptación a un patrón de comportamiento, impide el aprendizaje y el crecimiento emocional.



Por lo tanto las emociones simplemente existen; no se aprenden de la misma manera que aprendemos los números de teléfono.Pero no debemos ignorarlas. Los estudiantes pueden aprender procesos para anular sus emociones, o para mantenerlos bajo control. Debemos tratar de desarrollar formas de auto control entre nuestros educandos.



La integración de la expresión de las emociones en el aula no es difícil. Estrategias como dibujar en una clase después de una tensión ocasionada por una pelea, también cantar una canción ayuda porque “la música tiene encantos para calmar un pecho salvaje”.(Congreve) Cuando se trata de resolver un problema continuar con el diálogo con el aporte emocional correspondiente.

Las actividades que hacen hincapié en la interacción social y que involucran todo el cuerpo tienden a proporcionar más apoyo emocional. Juegos, charlas, excursiones, proyectos interactivos, el aprendizaje cooperativo, la educación física y las artes son algunos ejemplos. Aunque hemos sabido por mucho tiempo que estas actividades de los estudiantes ayudan a mejorar el aprendizaje tendemos a pensar en ellas como premios o estímulos especiales y por ende los retiramos cuando los alumnos se portan mal o por otro lado solo porque no se cuenta con los recursos para salir e incluso los temores y la responsabilidad que le genera al docente el abrir los espacios de aprendizaje.
Nuestra profesión docente está centrada en los resultados cuantitativos más que en los cualitativos, las actividades de la escuela tienden en medir habilidades racionales. Medimos la exactitud de ortografía, no el bienestar emocional. Sabemos que la emoción es importante en la educación, que impulsa la atención, a su vez el aprendizaje y la memoria. Pero debido a que no acabamos de entender nuestro sistema emocional, no sabemos exactamente cómo se regulan en la escuela, más allá de definir demasiado o demasiado poco la emoción como mala conducta.






Hay que considerar también que muchas de estas emociones son propias de los niños y/o preadolescentes y la exacerbación de ellas también. Debemos partir de la base que trabajamos con personas en formación, que no filtran lo que reciben del medio y que si bien no es lógico, si es normal que nos encontremos con conductas que se ven alteradas producto de una serie de emociones en juego, todas ellas provocadas por el medio donde los niños se desenvuelven y cambios biológicos propios de la edad (hormonales).

Otro aspecto que no es menos importante son las emociones y el manejo que de las propias hace el docente. Muchas veces la neutralización de las conductas disruptivas va a depender de cómo manejemos nosotros mismos nuestras propias emociones al enfrentar al niño: la ansiedad, la rabia, la indiferencia, y hasta el miedo, son emociones no solo inherentes al ser humano, sino que comunes en nuestra profesión.

Por supuesto que lo anterior está relacionado con el aprendizaje de nuestros alumnos. Los conocimientos necesarios para aprender son recibidos por el niño por parte de su profesor, quien al transmitirlos también transmite o despierta distintas emociones y sentimientos en el alumno que pueden favorecer o perjudicar su aprendizaje.

Es muy importante que aprendamos a ser consciente de lo que expresamos y de cómo lo expresamos, pero principalmente, debemos ser conscientes del tipo de emociones que generamos en nuestros alumnos: simpatía, antipatía, agrado, desagrado, entusiasmo, aburrimiento, motivación, etc. Esta consciencia nos permitirá manejar distintas circunstancias vinculadas al aprendizaje que bien conducidas, pueden estimular el aprendizaje y favorecer la participación de nuestros alumnos en la clase.
La motivación es una emoción esencial, por lo tanto, quizás la principal en el proceso de enseñanza aprendizaje. Estamos conscientes que cuando no existe motivación hacia el aprendizaje, éste es casi nulo. Sin embargo, y si bien no podemos crear a la fuerza la motivación, debemos tener en claro que de nosotros mismos dependerá en gran medida la que alcancen a desarrollar nuestros alumnos. Y así con el resto de las emociones.


Nosotros somos los adultos y debemos tener presente que hay ciertas emociones que favorecen el aprendizaje y otras que lo dificultan, la correlación que de esto se hace es simple: debemos aprender a controlar nuestras propias emociones y a potenciar estados emocionales proclives para un desarrollo eficaz de los procesos de enseñanza aprendizaje en nuestros alumnos.

¿Estamos emocionalmente preparados para aportar al desarrollo del control de las emociones en nuestros alumnos?
¿Somos responsables de las dificultades que presentan los niños y niñas para aprender? ¿Qué clase de entornos escolares brindamos a nuestros alumnos que pueden reducir la capacidad de aprendizaje?.

Lo instamos a responder cada uno de estos cuestionamientos, que le permitirán mirarse de manera objetiva e interna para modificar las actitudes.

¡¡Aún es tiempo!!

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